21 abril 2006

El Apego



La propiedad más importante del ser humano es su capacidad de formar y mantener relaciones. Estas son absolutamente necesarias para que cualquiera de nosotros pueda sobrevivir, aprender, trabajar, amar y procrearse.

Las relaciones humanas toman muchas formas, pero las más intensas, las que producen mayor placer y mayor dolor, son aquellas con la familia, amigos y personas amadas. Dentro de este círculo interno de relaciones íntimas, quedamos vinculados o adheridos, unos a otros con un “adhesivo emocional” – vinculados o adheridos con amor.

La habilidad individual para formar y mantener relaciones haciendo uso de este “adhesivo emocional”, es diferente en cada uno de nosotros. Algunos parecen ser “naturalmente” capaces de amar. Estos son pueden formar numerosas relaciones íntimas y afectivas y, al así hacerlo, obtener placer. Otros no tienen tanta suerte. No se sienten atraídos a formar relaciones íntimas, y encuentran poco placer en estar con o cerca de otros. Tienen pocos, si algún, amigos, y su adhesión a la familia es más distante y menos emocional. En casos extremos, el individuo podría llegar a no tener ningún vínculo emocional intacto con ninguna otra persona. Se encuentran absortos en sí mismos, apartados, y aún podrían manifestar señales neuropsiquiátricas clásicas esquizoides o autistas.

Tanto la capacidad como el deseo de formar relaciones emocionales están asociados a la organización y funcionamiento de partes específicas del cerebro humano. Así como el cerebro nos permite ver, oler, gustar, pensar y movernos, también es el órgano que nos permite amar – o no amar. Estos sistemas del cerebro humano que nos permiten formar y mantener relaciones, se desarrollan durante la infancia y primeros años. Las experiencias durante estos primeros y vulnerables periodos de vida, son críticas en el moldeado de la capacidad para formar relaciones íntimas y emocionalmente saludables. La empatía, el afecto, el desear compartir, el inhibirse de agredir, la capacidad de amar y un sinnúmero de otras características de una persona feliz y productiva están asociadas a las capacidades medulares de apego formadas en la infancia y niñez temprana.

¿Qué es apego?

La palabra apego es usada frecuentemente por trabajadores de la salud mental, del desarrollo del niño y protección de menores, pero, dentro de cada uno de esos contextos, la misma tiene pequeñas diferencias en significado. Lo primero que debemos saber es que los humanos crean distintos tipos de “vínculos”. Un vínculo es una conexión entre una persona y otra.

En el campo del desarrollo infantil, el apego se refiere a un vínculo específico caracterizado por las cualidades únicas del vínculo especial que se forma entre madre e hijo/a o cuidador primario/infante.

El vínculo de apego tiene varios elementos claves:

1) es una relación emocional perdurable con una persona en específico;
2) dicha relación produce seguridad, sosiego, consuelo, agrado y placer;
3) la pérdida, o amenaza de pérdida, de la persona evoca una intensa angustia.

Lo que mejor caracteriza esta forma de relación especial es la relación madre-hijo/a. Al estudiar la naturaleza de este tipo especial de relación, hemos descubierto cuán importante es la misma para el futuro desarrollo del niño. De hecho, muchos investigadores y clínicos entienden que el apego madre-hijo/a ofrece el andamiaje funcional para todas las relaciones subsecuentes que el niño desarrollará. Una relación sólida y saludable se asocia con la alta probabilidad de crear relaciones saludables con otros, mientras que un pobre apego con la madre o cuidador primario parece estar asociado con un sinnúmero de problemas emocionales y conductuales más tarde en la vida.

¿Qué es formar vínculos?

Dicho simplemente, el formar vínculos es el proceso de crear apego. Así como se usa el término vincular, pegar o adherir cuando pegamos un objeto a otro, vincularse es cuando utilizamos nuestro adhesivo o pega emocional para conectarnos a otro. Formar vínculo, por tanto, incluye una serie de conductas que ayudan a crear una conexión emocional (apego).

¿Son la formación de vínculos y el apego algo genético?

La capacidad biológica de vincularse y crear apego es ciertamente determinada biológicamente. El impulso de sobrevivir es algo básico en todas las especies. Los niños nacen indefensos y tienen que depender de un cuidador adulto para su sobrevivencia. Es en el contexto de esta dependencia primaria, y de la respuesta materna a la misma, que se desarrolla una relación. Una madre emocional y físicamente saludable se sentirá atraida a su bebé – tendrá el deseo físico de olerlo, abrazarlo, mecerlo, arrullarlo y mirarlo detenidamente. El niño a su vez le responderá acurrucándose, balbuceando, sonriendo, chupando y agarrándose a ella. En la mayor parte de los casos, las conductas de la madre son placenteras, consoladoras y nutrientes para el bebé, y las conductas del infante causan placer y satisfacción a la madre. Es en este círculo de retroalimentación recíproca positiva, esta danza entre la madre y el bebé, donde se desarrolla el apego.

Por lo tanto, a pesar del potencial genético para formar vínculos y apegarse, es la naturaleza, cantidad, patrón e intensidad de las experiencias en la vida temprana lo que permite la expresión de ese potencial genético. Sin unos cuidados predecibles, sensibles, nutrientes y sensorialmente enriquecidos, el potencial del niño para poder vincularse y crear apego normales, no podrá materializarse. Los sistemas del cerebro responsables de las relaciones emocionales saludables no se desarrollarán en forma óptima sin la experiencias adecuadas en los momentos adecuados de la vida.

¿Cuáles son las experiencias que forman vínculo?

El acto de coger el bebé al hombro, mecerlo, cantarle, alimentarle, míralo detenidamente, besarlo y otras conductas nutrientes asociadas al cuido de infantes y niños pequeños, son experiencias de vinculación. Algunos factores cruciales en estas experiencias de vinculación incluyen el tiempo juntos (¡en la niñez la cantidad cuenta!), las interacciones cara a cara, el contacto visual, la cercanía física, el toque y otras experiencias sensoriales primarias como olores, sonidos y gusto. Los científicos creen que el factor más importante en la creación de apego, es el contacto físico positivo (ej. Abrazar, coger al hombro y mecer). No debe sorprender entonces que el hecho de coger al hombro, mirar detenidamente, sonreír, besar, cantar y reír todos causen actividades neuroquímicas específicas en el cerebro. Estas actividades neuroquímicas llevan a la organización normal de los sistemas cerebrales responsables del apego.

La relación más importante en la vida de un niño es el apego a su cuidador primario, en el caso óptimo, su madre. Esto es así ya que esta primera relación determina el “molde” biológico y emocional para todas sus relaciones futuras. Un apego saludable a la madre, construido de experiencias de vínculo repetitivas durante la infancia, provee una base sólida para futuras relaciones saludables. Por el contrario, problemas en vinculación y apego pueden resultar en una base biológica y emocional frágil para futuras relaciones.

¿Cuándo ocurren estas ventanas de oportunidad?

El momento en que se hace, lo es todo. Las experiencias de vinculación conducen a un apego y capacidades de apego saludables, cuando ocurren en los primeros años. Durante los primeros tres años de vida, el cerebro desarrolla un 90% de su tamaño adulto y coloca en su lugar la mayor parte de los sistemas y estructuras que serán responsables de todo el funcionamiento emocional, conductual, social y fisiológico para el resto de la vida. Existen unos periodos críticos en los cuales las experiencias de vinculación tienen que estar presentes para que los sistemas del cerebro responsables del apego, se desarrollen normalmente. Aparentemente estos periodos críticos ocurren en el primer año de vida y están asociados a la capacidad del infante y su cuidador de desarrollar una relación interactiva positiva.

¿Qué pasa si no se aprovecha esta ventana de oportunidad?

El impacto de una vinculación defectuosa en la niñez temprana, puede variar. Cuando existe un abandono o negligencia emocional severa en esta etapa, los efectos pueden ser devastadores. Niños que no sean tocados, estimulados y nutridos, literalmente pueden perder su capacidad de formar relaciones significativas para el resto de sus vidas Afortunadamente, la mayoría de los niños no sufren de negligencia severa a este grado. Sin embargo, hay muchos millones de ellos que han tenido algún grado de limitación en sus experiencias de vinculación y apego durante su niñez temprana. Los problemas resultantes a consecuencia de esto pueden ir desde un incomodidad interpersonal leve, a profundos problemas sociales y emocionales. En sentido general, la severidad de los problemas se asocia a cuán temprano en la vida, cuán prolongado y cuán severo fue el abandono o negligencia emocional.

Esto no quiere decir que niños que hayan sufrido este tipo de experiencias no tengan esperanzas de poder desarrollar relaciones normales. Se sabe muy poco sobre lo que experiencias de reemplazo posteriores en la vida, puedan hacer para tomar el lugar o reparar unas capacidades de vinculación y apego poco desarrolladas o mal organizadas. Hay experiencias clínicas y numerosos estudios que sugieren que puede haber mejoría, pero que es un proceso largo, difícil y frustrante tanto para las familias como para los niños. Ayudar a reparar el daño hecho por sólo unos pocos meses de negligencia, puede tomar muchos años de arduo trabajo.

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